martes, junio 13, 2017

LA FINA CAPA DESCONSOLADA DEL AFECTO…


*Dibujo de Erika Kuhn.









*



Lo que nos liga unos a otros es tan imperceptible

que se rompe con nada

una soga se ata al cuello de alguien

y las consecuencias son contundentes

las consecuencias de las palabras sin embargo

no se ven a simple vista

horadan los silencios

el espíritu

el centro mismo del cuerpo.

Las consecuencias del lenguaje rompen

la fina capa desconsolada del afecto.

Nunca se insistirá bastante sobre el duelo que hay que hacer para hablar.



*De Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com


-Mercedes Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano con el relato Grow a lover.








LA FINA CAPA DESCONSOLADA DEL AFECTO…









Hombrecito de pan*




*Obra de Patricia Suárez. cazadoraoculta@gmail.com




Asunción, Paraguay
Pocos años después de 1870
fin de la guerra del Paraguay, donde el Paraguay fue derrotado por la Triple Alianza y donde su población -especialmente masculina- disminuyó entre el 50% y 85%. . Podría tratarse de cualquier otra post guerra donde haya quedado un gran faltante masculino.
Se prepara una tormenta.
El patio de una casa, dos mujeres vestidas de luto entero.
Arpa y Conrada, hermanas ambas.
Arpa está modelando miga de pan, sentada en pleno patio.





1.


CONRADA: Qué estás haciendo?
ARPA: No lo ves?
CONRADA: Bolitas de pan.
ARPA: No; estoy haciendo una escultura. Una escultura, como Miguel Ángel. Miguel Ángel el escultor, que hacía esculturas en mármol. Miguel Ángel era un escultor que hacía esculturas y pinturas en Italia, hace como...
CONRADA: Ya sé quién es Miguel Ángel.
ARPA: Bueno, entonces para qué preguntas?
CONRADA: Quiero decirte algo.
ARPA: Es que justo estoy muy concentrada en mi arte.
CONRADA: Si tuviéramos leche, podríamos hacer un gran budín de pan con tu escultura. Tendríamos budín de pan para un mes entero, ¡qué digo un mes entero, un año entero! Comiendo como pajaritos como estamos comiendo… Quiero irme de esta ciudad. Aquí todo apesta; muerte por todas partes es lo que hay…
ARPA: La miga de pan cuesta demasiado de trabajar. Tiene que estar en su punto justo, para que leve pero siga teniendo forma. En esta escultura, la forma es lo principal.
CONRADA: Me gustaba más cuando hacías elefantitos de pan. Eso que estás haciendo… No sé… ¿Son pies? ¿Estás haciendo un buitre?
ARPA: Voy a esculpir una figura. Quiero que sea como el David que Miguel Ángel le quitó a la roca, al mármol. David era un héroe judío, pequeñito, de quien nadie esperaba un rábano, sin embargo…
CONRADA; Ya, ya. Ya sé quién era David. (Nerviosa) Quiero irme y quiero que vengas conmigo. Quiero que me sigas, quiero que luchemos juntas y saldremos adelante porque somos hermanas. Nuestra madre antes de morir, me pidió que te cuidara…
ARPA: Cuando ella murió éramos cinco en la casa y tres en el campo de batalla.
CONRADA: Sí, pero hizo especial hincapié en ti. Porque eres tan especial, Arpa… Porque…
ARPA: No pienso seguirte. Esta es nuestra casa.
Arpa está amasando el torso del muñequito
CONRADA: Anoche soñé con Damián Cristo y estaba vivo. Damián Cristo estaba vivo.
ARPA: Vive, a dos calles de aquí.
CONRADA: Ya sé que está vivo. Está vivo y no tiene ninguna de sus dos piernas. La guerra a veces es así: si un soldado le dá a cambio una parte de sí; a la guerra le basta con devorar esa parte y a cambio deja al soldado con vida.
ARPA: Les dan la baja por invalidez, eso es todo.
CONRADA: No, es más poderoso que eso. Lo normal es que yo soñara con Damián Cristo parado sobre sus dos piernas, como sueño con los muertos todas las noches. Pero no: lo soñé a Damián Cristo postrado en su sillita de mimbre, ¿y eso por qué? ¿Puedes decirme por qué?
ARPA: Porque está inválido. Una bayoneta le traspasó el pecho, cayó a tierra y un caballo le aplastó las piernas. Lo llevaron a un hospital de campaña, pero allí las heridas se le infectaron; le dieron a beber aguardiente para que no doliera y con un serruchito… Le serrucharon las dos piernas suyas.
Arpa amasa la cabeza del hombrecito
CONRADA: No fue por eso. Fue porque aquí los muertos y los vivos están mezclados, viven todos juntos. Nosotras estamos un poco muertas y dentro de muy poco, quién sabe, nadie se dará cuenta de que estamos vivas. Por eso tenemos que irnos, muy pronto, irnos al Brasil. Allá tendremos otra vida, empezaremos de nuevo. Todo de nuevo, hasta podremos cambiar nuestros nombres, algo más… Mariana en vez de Conrada, algo así o…
ARPA: Me gusta llamarme Arpa. Nuestro padre me llamó así porque dijo que…
CONRADA: Ya, ya. Conozco la historia de tu nombre; pero lo importante es que sepas que en Brasil podremos hacer lo que tanto anhelamos. Lo entiendes, verdad?
ARPA: Ser pintora.
CONRADA: Tener un marido primero; después, una familia. No quiero morirme virgen, Arpa. Esta noche lloverá, pero mañana a primera hora…
ARPA: No puedo dejar a mi escultura de pan. Una vez que esté lista voy a insuflarle el aliento, y se volverá una criatura andante.
CONRADA: Se trata de un duende?
ARPA: No. Será mi esposo; le pondré dos aceitunas que hagan los ojos y un trocito de pimiento que haga los labios en la boca.
CONRADA: Estás totalmente loca, Arpa. Estás desquiciada; pero no te preocupes, porque te comprendo. Perdiste al ser más querido, tu Ramón en el campo de batalla y hasta no escatimaste en rasgar tu vestido de novia para que se vuelva vendas para los heridos…
ARPA: A Ramón no lo quise nunca; era una imposición de nuestra madre para que me case con él. Era un atrevido, un guarro. Apenas alguno de la casa se daba vuelta, él estaba sobándome las tetas como si quisiera salir y vendérmelas en el mercado.
CONRADA: Arpa, querida. Conseguí un carro; tenemos tres días y tal vez sus tres noches hasta llegar a la frontera con el Brasil. Les diremos que no somos sus enemigas, que somos sus más fieles súbditas y que acataremos sus…
ARPA: Puedo fabricarte un marido.
CONRADA: Qué?
ARPA: Para que funcione tengo que hacerlo de otro material. Tal vez tierra del jardín.
CONRADA: Un marido de tierra?
ARPA: Adán fue hecho con tierra y luego Dios le insufló… ¿No leíste la Biblia?
CONRADA (paciente): Por qué los hombrecitos que tú… por qué justo ellos se convertirán en hombres de verdad, de piel y huesos?
ARPA: Porque si.
CONRADA: Porque sí no es una respuesta.
ARPA: Porque es un secreto y no te lo puedo confiar.
CONRADA: Como cuando te tiraste al pozo?
ARPA: …
CONRADA: Que dijiste que oías voces que te llamaban desde allí. Pero Doralisa encontró luego la carta que habías dejado donde decías que ya no querías vivir más y…
ARPA: Doralisa huyó con un oficial argentino.
CONRADA: La robó.
ARPA: Eso lo dices para que su mancha no nos salpique.
CONRADA: Ya estamos hundidas en el barro. Ya hemos dejado de ser nosotras.
ARPA: Sueñas todas las noches con un brasileño que te visita. Estás dormida también en tu sueño, y él levanta de a poco la cobija y luego la sábana… y parece que estás dormida, pero no lo estás… porque te tiembla la carne y no es miedo, no. ¡Es la emoción de que te haga suya!
CONRADA: ¡Arpa…!
ARPA enfrenta a su hermana, le aprieta las mejillas: Dime si miento.
CONRADA: Esta noche vendrá un carro y nos iremos en el carro a primera hora de la mañana. Soy tu hermana mayor deberás obedecerme.
Conrada sale airada. Arpa no le hace ningún caso y se afana con su escultura.






2.


El hombrecito de pan -del tamaño que la producción de la obra pueda componer, una miniatura, del tamaño de un muñeco, o de tamaño real- está de pie en su podio y solito en el patio. En el cielo truena y pronto aparece Conrada, que se tapa la cabeza de la lluvia. Pasa junto al hombrecito, mirando más allá por si viene el carro. De pronto, siente que el hombrecito la observa. Se vuelve sobresaltada y se planta frente al hombrecito. Lo observa de un lado, del otro. Vuelve a alejarse; ocurre de nuevo lo mismo; pero esta vez siente que él la llama.


CONRADA: Me hablaste?
Pone su oído cerca del hombrecito.
CONRADA
Hablaste. Qué cosas dijiste?
Buena cosa fuera que ahora mi hermana tuviera razón.
Que vivieras.
(tocándolo)
La lluvia te deshizo el cabello…
Arpa ahora anda diciendo que la obligaron a prometerse al Ramón, que la forzaron el padre y la madre, que se la ofrecieron a él como se ofrece una fruta madura a un visitante, pero era yo, ¡yo! la que estaba enamorada de Ramón! Lo seguía por todas partes, me escondía junto a su camastro para oír su respiración cuando la noche y cuando murió…
Ya no quiero recuerdos.
Dime, hombrecito, dónde debo frotarte para que despiertes?
Necesito que hables más alto. Porque no oigo bien del oído izquierdo…
Pone su otro oído
Qué quieres que te coma primero, figurita? La nariz?
Conrada se come su nariz.
Ya sé tengo arrugas de cien años, y que me corazón vive en salmuera. Estaba muy rica, me comeré una de tus orejas. O no, las dos orejas.
¿Qué puso ella dentro de ti?
¿Azúcar? Clara batida? El piecito te lo pintó con miel…? De dónde habrá sacado la miel nuestra Arpa? Desde que murieron los hombres no hay quien cuide las colmenas… y las abejitas, pobrecitas, andan locas zuuuum zuuum
Conrada se sienta en el suelo y comienza a comerse el hombrecito de pan.
A lo lejos, está amaneciendo.
De pronto, entra Arpa con un manto de lana y dos bártulos de ropa y cosas. Se los tira a la hermana cuando la ve.
ARPA: Aquí está todo. Ya vámonos!
CONRADA indigestada, atontada: Eh, qué?
ARPA: Ya llegó el carro? Podemos irnos, llevo nuestra ropa y… (mira en derredor) Dónde está mi marido?
CONRADA titubea: No lo sé. Cuando vine al patio, él ya se había ido. Miré aquí y… ¡lo siento, te abandonó arpa! Era un mal hombre, mal homúnculo, no sé como decirle a la figurita de pan… ¡Se fue andado y te dejó! Ahora se lo comerán los pájaros, pobre el maridito de mi hermana…!
ARPA: Tienes migas en la pechera del vestido.
CONRADA: Tengo qué…? Que qué?
ARPA: Dónde está mi marido?
CONRADA: No te alteres, te puedo explicar…
ARPA grita: Dónde está? Te lo comiste?!
CONRADA: No. Nunca haría algo así, no Sí, lo siento, me lo comí! (Conrada entra en una crisis de nervios) Sí, sí. Lo comí, era dulce, estaba blandito por las gotas de lluvia, tenía ese saborcito de las pastas que preparaba nuestra madre y ¡me entró nostalgia! ¡me entró recuerdo de antes de la guerra, de antes del Paraguay, de antes de antes y sí, de Ramón! Porque nadie lo quiso como yo lo quise y nadie me quiso como él hubiera podido quererme si no te hubieras metido en el medio…! Un día te puse vitriolo en el vaso, pero no te lo bebiste. No supe si estar triste o alegre por evitar la cárcel y la horca y… ¡cargué la pistola que era de Ramón y te apunté una noche mientras dormías! Sólo que vi a Damián Cristo hecho un fantasma calle arriba y calle abajo y pensé que él iba a delatar mi sombra y… aun no me animé a estrangularte.

Luego de un tiempo
ARPA: Puse también mis cuadernos y mis carboncillos.
CONRADA: Prometo no volver a matarte.
ARPA: Adonde vaya, voy a dibujar.
CONRADA: Qué maldición me entrará por haberme comido a tu marido.
ARPA: Era un muñequito de pan, pan con gorgojos porque no había del bueno. Lo hice por amor al arte, porque quien ama el arte debe tener siempre las manos en actividad. (se pone en puntas de pie) Allá viene el carro. Vienes o te quedas?
Conrada se levanta, se sacude las migas, se arregla el pelo, se seca las lágrimas.
CONRADA: Vamos andando.


Las dos salen, apagón.

Fin de Hombrecito de pan
















Mirada que crece en el silencio, descubre lo oculto, invita.*



Cada uno mira desde su lugar, con  lo vivido, lo leído, lo amado, el cine, el teatro, los bares de infinitos cafés, hasta la maravilla de la torre de quesos festejados por Calvino con sus sutiles entrecruzamientos de hierbas y cielos. Uno mira  desde su dolor, sus duelos, sus festejos, sus miserias y sus lujos. Con todas las ciudades  que conoció  y algunas que no, y los mares y las calladas montañas. Mira con su cuerpo. Con el silencio.

La piel abre ojos, sentidos, íntimas claves a descifrar. Deletrea el cosmos.

Vacía para ver


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar












*



Una mano en el aire,
una señal
parecida a un adiós
la última caricia al viento,
la breve ternura
que intentamos
antes de encender el fuego.
Juro
no guardar nada para mí.
Que arda
lo que no has de salvar,
lo que no es nada
ni es todo
ni es nuestro.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com













El barco no la trajo, del todo, a Buenos Aires…*


*De Silvia Gabriela Vázquez. gabpsp2013@gmail.com



Mamá había dejado, allá en su pueblo -en una antigua casa, con paredes de piedra y dos tías lejanas- su sonrisa y su infancia.
Sin embargo, después, aprendió las palabras con las que contaría su historia despojada, de océano infinito, rodilla lastimada, escalera y muñeca perdida aquí en la aduana.
Lo que no trajo el barco, lo creó la distancia.
Sabia, fuerte, sensible, recuperó la risa y el brillo de los ojos que el pasaporte sepia de su niñez callaba.




-Silvia Gabriela Vázquez. Directora de la Diplomatura Interdisciplinaria en Responsabilidad Social y Resiliencia (UdeMM). Publicó cuentos y poemas en Argentina, España, México, Perú, Chile, Colombia, Cuba, Venezuela, Puerto Rico y EEUU. Es autora del libro “Formar profesionales competentes, comprometidos y resilientes” disponible en www.morebooks.de
Obtuvo el 1° premio en los Certámenes literarios Navidad Solidaria (Biblioteca de Castilla) y Universo Sábato (UNICEN).  https://www.linkedin.com/in/licsilviagabrielavazquez













DORMIR*



El filo de la luna
cae sobre mi sueño
de transiciones múltiples,
separa la noche en dos hemisferios.
Quedo en estado de indefensión
entre agujas que llegan
de geografías distantes
e hilvanan presunciones
de futuros felices.
Y someten todo a nada.
Al espanto
del canto
de la nada.

No voy a vivir con médulas diversas,
en acto de coraje
muerdo los recuerdos
y decido revelar los móviles
de la luna y sus agujas.

Delato la conspiración
del tiempo con sus miedos
a implacable oído que no escucha
ni comparte
ni comprende.

Duele ser vano transcurso.
Vano
llegará el olvido cuando duerma…



*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar

-De NAVEGO PALABRAS. Editorial Ciudad Gótica -2009-














PETICIÓN*


*De Natalia Litvinova. litvinova25@hotmail.com



Un nudo. Una flor.

Dios brevemente.

No. No tan brevemente.




-De “Grieta”-


-Natalia Litvinova (Gómel – 1986) Escritora argentina de origen bielorruso, dedicada al campo de la poesía y de la traducción. Publicó: Esteparia (Ediciones del Dock, 2010), reeditado en España y en Uruguay, Balbuceo de la noche (Melón editora, 2012), Grieta (Gog y Magog ediciones, 2012) reeditado en España y en Costa Rica, Todo ajeno (Vaso roto, 2013) y Cuerpos textualizados (Letra viva, 2014). Compiló y tradujo varias antologías de poetas rusos. Siguiente vitalidad (Audisea, 2015) es su reciente poemario, publicado en Argentina y reeditado en Chile, México y España.






InvenTren







EL BLUES DEL TREN DE LAS 11.40*



El miedo había estado allí; ahora lo sabía. El miedo había estado acompañándolo todo el tiempo, como un monstruo en estado embrionario, en cada instante de las once horas transcurridas desde el histórico "suficiente" pronunciado por Gómez Laurenz para convertirlo en abogado.
Había estado allí, oculto entre los pliegues de su conciencia, aguardando el momento propicio para asestarle esta dentellada feroz y traicionera, para inocularle este hielo en la sangre que lo retenía impávido en la vereda penumbrosa de la pensión, clavado junto a la puerta de calle con el corazón sobresaltado, temeroso de volver a los festejos del patio.
"Me pasaron la mesa de Sociedades para mañana a la 8; vos ya serás todo un doctor, pero nosotros tenemos que seguirle dando, nene". La excusa invocada por Fabiana para justificar su decisión de abandonar la fiesta todavía resonaba en su cabeza, estableciendo crudamente un límite, un antes y un después. El abrazo fuerte y emocionado de su amiga, su largo beso en la mejilla, su promesa de escribirle cartas, su grito cariñoso mientras el taxi se alejaba pidiéndole que no se olvidara de ella, habían quebrado algo en su interior. La sensación de eternidad se había desmoronado de golpe, dejando al descubierto el miedo (el miedo que siempre había estado allí), anunciando el previsible final de la tregua, la confirmación innecesaria de lo que él ya sabía. (Porque él lo sabía, lo había sabido perfectamente durante mucho tiempo, quizás desde aquel lejano recelo experimentado al subir por primera vez las escalinatas de esa Facultad que parecía tan enorme. Era como entender algo sin palabras, sin pensarlo en forma expresa. Sólo que una cosa era presentir que iba a doler, y otra muy distinta comenzar a sufrir el dolor real).
Miró la hora en un gesto casi inconsciente: las 4 y 10 de la madrugada. El sonido de la música y las risas llegaba desde el patio como un rumor asordinado. Cerró la puerta tras de sí y regresó por el pasillo a oscuras con una vaga sensación de malestar hormigueándole en las venas. El patio bullía en animado desorden y nadie lo vio reaparecer desde las sombras. De pie bajo el farol macilento que iluminaba tenuemente la reunión contempló a sus amigos con una mirada melancólica, como buscando atrapar algo sabiendo que no podría atraparlo nunca. Ahí estaban todos: bajo la galería, el Pato riéndose de cualquier cosa, atacando cerveza tras cerveza, Mónica haciendo payasadas parada sobre una silla, José Luis y Gonzalo repartiéndose los restos fríos de una pizza de tomate, Aldo abrumando a Laura con sus cuentos malos; en el centro del patio, Fernanda y el Negro bailando con incansable entusiasmo, como si se hubieran recibido ellos, contagiando su alegría a Marita y a Willy; allá en el fondo, Jorge borracho bailando con una escoba para delicia de todos los presentes.
Se sintió raro. Recordó que apenas una hora atrás se había deslizado hacia la pared de la enredadera con sigilo, como si temiese romper un hechizo, con el único objeto de gozar del alegre trajín de brazos, manos y bocas, la alborozada evolución de los gestos en torno a la mesa rectangular. Recordó que, merced a una súbita y mágica revelación, había comprendido entonces que se hallaba en el medio de uno de esos infrecuentes y escurridizos momentos plenos de su vida, una de esas seis o siete ocasiones anuales en que podía afirmarse que vivir valía la pena. Y recordó también que en ese instante, justo en ese instante, había concebido la delirante idea de clausurar todas las salidas y secuestrar a sus amigos, tomarlos por rehenes y exigir desafiante a Dios, al Tiempo, a la Vida o a quien fuere, que esa reunión durara para siempre. Pero ahora ya era tarde. Fabiana, sin quererlo, acababa de destrozar la frágil utopía. Ahora que las heridas invisibles comenzaban a sangrar no existía modo de volver a construirla.
-¿Bailamos, caballero?
La voz inesperada lo sobresaltó. Sumido en su confusión mental no había advertido aquella presencia cercana. Giró su cabeza hacia la derecha y pudo ver a Laura haciendo una reverencia burlona que acompañaba la invitación.
Improvisó una tontería para disimular y se dejó arrastrar por la muñeca hacia el centro del patio. Por unos segundos se olvidó de todo -del monstruo y los fantasmas, del porvenir, del tren de las 11 y 40-. Revivir la magia pareció posible. Pero fue sólo un espejismo transitorio. Un instante después, al recibir el perfume de Laura en pleno rostro como una bofetada del Tiempo, no pudo evitar el recuerdo de aquel Baile de la Primavera en que se habían conocido y la grieta en su interior se abrió de nuevo. Pensó en los seis años que habían pasado desde aquella noche, desde aquella Laura aniñada, y lo categórico de la cifra -¡seis años, Dios!- le ocasionó un vértigo fugaz, una suave opresión en la boca del estómago que ni siquiera el ruidoso trencito que los bailarines habían comenzado a formar pudo disolver.
Su malestar se acrecentó. Comprendió que la fiesta -su fiesta, esa misma fiesta que para los demás estaba en su apogeo- había terminado para él.
Descubrió que él y los otros respondían ahora a tiempos diferentes, irreconciliables. No importaba que él volviera a su pueblo y ellos se quedaran. Lo que contaba no era la distancia física sino otra clase de lejanía. "Ahora vas a tener que usar corbata todo el día, bagre", le había dicho Aldo al llegar, y sólo en este momento se le revelaba el significado oculto de esas palabras. No más Facultad, no más pensión, no más trasnochadas en los bares del bulevar, no más vino con amigos. Final del juego; estaba solo otra vez. Él quedaba afuera, como si una puerta se cerrara inexorablemente a sus espaldas. Como si, al igual que la fiesta, la vida siguiera sólo para sus amigos, no para él.
"Si supieran que estoy triste a once horas de haberme recibido dirían que estoy loco", pensó, riendo para sí, mientras se refugiaba en la cocina con la excusa de buscar hielo. Pero era irreversible: el miedo comenzaba a derrotarlo. Había buscado en esos seis años de Facultad un desvío, una salida tan sorpresiva como inexistente y no la había hallado. "Vos querés sacarte una especie de lotería metafísica", le había dicho una vez Gonzalo y era cierto, pero su número no había salido premiado. Ahí estaba el monstruo, entonces, desatando los fantasmas. Ahí estaba él con su ridícula impresión de sentirse un viejo a los veinticuatro años.
Descubrió con estupor que el título de abogado le confería carácter de extranjero. La ciudad lo rechazaba sutilmente, haciéndole comprender su condición de cuerpo extraño, pero el regreso a su pueblo sólo serviría para acrecentar su certeza de que él ya no pertenecía a aquel lugar. Imaginó el orgullo emocionado de padres y hermanos, la alegría vulgar de su novia, la infantil idolatría de sus sobrinos y supo de antemano que en nada ayudarían a aliviarlo. Se vio a sí mismo desterrado en la calma soñolienta de un perpetuo domingo y se sintió vacío, como si la vida se acabara mañana mismo.
Como si la vida se acabara con el tren de las 11 y 40.
Sin embargo, no era eso lo que espoleaba su tristeza. No se trataba de la preocupación por un futuro forzado, previsible y ajeno a sus deseos. Se trataba de algo mucho más urgente y visceral, una etapa desvaneciéndose sin remedio, la desesperante sensación de agua que se escurre entre las manos.
Se trataba de las peñas, los bailes, los asados de comisión, los campeonatos de truco, las reuniones de damajuana y choripán, las mateadas interminables hasta el amanecer, las imponderables horas gastadas en el bar de la Facultad para hablar de Cortázar y de Sartre con Gonzalo, las mil y una revoluciones
planeadas y ejecutadas en el aire desde una mesa de café. Se trataba de la nostalgia, ese roedor implacable que había comenzado a mordisquearle las entrañas.
Se acercó con el hielo al grupo que ahora estaba reunido bajo la galería bebiendo vino. Aceptó que el Negro le llenara el vaso por enésima vez y se dejó caer sobre una de las sillas que bordeaba en forma desprolija la mesa rectangular. Se quedó mirando hacia arriba con los ojos fijos en algún lugar incierto de la noche estrellada de diciembre, bosquejando mentalmente el momento en que partiría rumbo a la estación acompañado por los sobrevivientes de la fiesta. Suspiró resignado. Supo que Dios, el Tiempo, la Vida o quien fuere lo había vencido. Se podía, sí, escuchar a José Luis contando cuentos verdes, rogarle a Mónica que recitara poemas de Machado y a Willy que imitara profesores, se podía pedirle al Pato que cantara un blues de los suyos, pero ya nada sería igual. Incluso podía él mismo, como tantas otras veces, ladrar Muchacha ojos de papel o El oso hasta quedar disfónico, pero era inútil; el tren permanecería allí, como una obsesión, ensombreciendo la fiesta. Estaba perdido: ni siquiera quedaba el frágil consuelo de dedicarse a construir un último recuerdo, el recurso demencial de disfrutar del incendio antes de que solamente quedaran cenizas.
A lo sumo, pensó mientras Laura le acercaba la guitarra al Pato y le pedía que cantara algo, quizás fuera posible dejarse llevar hasta el tren con la conciencia adormecida, deslizarse hasta él como por una pendiente suave y confortable. Quizás fuera posible buscar en el fondo del vaso una última anestesia y aislarse del derrumbe, quitarse de la cabeza la hiriente comparación entre la imagen de aquel taciturno muchacho de pueblo que una noche de viernes, recién llegado a la ciudad, había aprendido de una vez y para siempre lo que era sentirse solo, y esta otra imagen, mucho más cercana, virgen todavía de nostalgia, la del abogado recién recibido saliendo del aula después del examen para encontrarse con el abrazo de sus compañeros. Resultaba imperioso saturar las horas restantes, evitar los minutos vacíos, embotar los sentidos y aturdirse para no pensar, vaciar vaso tras vaso hasta hacer que las voces se independizaran de quienes las emitían, convertirlas en ecos que resonaran lejanos, como un ruido más en la madrugada. Había que hacer lo que fuera necesario para perder la noción clara de las cosas y remover de la boca ese acre sabor a final, a despedida.
"Ojalá no amaneciera nunca", dijo Mónica a su lado, con un dejo de melancolía, como si hubiese adivinado sus pensamientos. La miró sorprendido, con una sonrisa entre amarga e indulgente. Vaciló unos instantes, pero no dijo nada. Sólo extendió el brazo libre y la atrajo hacia sí en un abrazo tierno que pretendía ser indestructible. Dejó luego que su cabeza resbalara indolente y se acurrucó en el regazo de su amiga.
Alguien apagó el radiograbador y el brusco silencio de los parlantes se le antojó sobrenatural. Cerró los ojos para no ver el momento en que las primeras caricias del sol desperezaran, allá en lo alto, a la enredadera del fondo. Después se fue hundiendo lenta, tibiamente, en una serena y profunda lasitud, mientras la guitarra del Pato comenzaba a gemir un blues.



*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar

-Texto incluido en "Las cosas como somos". Colección Bienes Culturales. ATE CDP Santa Fe - 2009






-Próximas estaciones:

POLVAREDAS 
–Por Ferrocarril Provincial-

PLOMER    
-Por Ferrocarril Midland-


***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Provincial:

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE. 
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    
J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.    ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  
LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***

El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Midland:

KM. 55.    ELÍAS ROMERO.    KM. 38. 
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.  
RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.  
KM 12.   LA SALADA.   INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



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